Quizás, la respuesta a nuestra poca humildad se esconde en
la soberbia. Somos soberbios y nos molesta que nos elijan y nos manden. Eso nos
resulta incómodo y, por naturaleza, nos resistimos y oponemos a la llamada.
Pensamos, incluso que nos quitan la libertad.
Y, ciegos, seguimos oponiéndonos a ser aceptado y elegidos.
Y rechazamos la invitación del Señor y nos desmarcamos de su lista donde estábamos
apuntados. Quizás, por eso dice el Señor: Ahora ya saben que todo lo que me has dado
viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y
ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han
creído que tú me has enviado.
Por eso, en principio, todos somos llamados y elegidos, pero
no todos aceptamos esa elección. Muchos la han rechazado. Así, el Señor nos
dice: «Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los
que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es
mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos
sí están en el mundo, y yo voy a ti».
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