miércoles, 5 de julio de 2017

A nadie se le escapa que la vida tiene sus buenos y malos momentos. Y son esos momentos malos los que marcan nuestra personalidad y nuestra fidelidad. Porque, en los buenos es muy fácil hacer las cosas bien, pero cuando las tempestades hacen presencia, los ojos de los demás están fijos en nosotros.

El camino que Dios nos ha marcado también está lleno de pruebas. Pruebas que tienen el peligro añadido del Maligno, que está pendiente de nuestras debilidades y derrumbes. Creer que nosotros solos podemos enfrentarnos a esas pruebas es lo mismo que ponernos en manos del Maligno. Solos el fracaso está asegurado.

Necesitamos la presencia constante y diaria del Señor. Necesitamos ponernos y abrirnos a la escucha del Espíritu Santo y llevar a todas horas el arma de la oración. Oración que se traduce en consulta y diálogo con el Espíritu en cada instante de nuestra vida. Sobre todo en esos momentos difíciles en los que tenemos que tomar un camino.

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