Dios no ha hecho ningún casting con nosotros. Nos ha elegido
a todos, y también invitados al Banquete. Al Banquete de la Vida Eterna. Y han
aceptado muchos, pero otros no. Sin embargo, la cuestión no es que seamos
mejores los que hemos aceptado, sino que, abiertos al Espíritu Santo, el Señor
se nos ha dado a conocer.
Por eso, al mismo tiempo que nos esforzamos en responder a
su elección, le damos gracias por habernos elegidos y aceptado. Y le pedimos
sabiduría, valentía, fortaleza y voluntad para perseverar en el empeño de
responderle y proclamar su Palabra.
Palabra que no
podemos resistir dentro de nosotros, porque se derrama y nos exulta de gozo y
alegría hasta el punto de contagiar y ser proclamada. Caso de que eso no nos
ocurra, posiblemente sea que no ha muerto la semilla plantada en nuestro
corazón y no dé frutos. Tratemos de cultivar esa Palabra e irradiarla a todas
partes de nuestro camino.
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