Hay parálisis muy difícil de descubrir y de sentir. Parálisis
que no te dejan ver el camino, y lo poco que llegas a ver se te presenta
torcido, desigual y escabroso. Necesitas quitarte la venta de tus ojos y
acercarte al Señor para que cure tus parálisis. Porque, igual no es una, sino
varias.
Son momentos de allanar el camino y enderezar lo torcido;
allanar lo elevado y emerger lo hundido. Se trata de igualar nuestra vida y
ponerla en las coordenadas de la humildad, el dolor y arrepentimiento, reconociendo
la Misericordia del Señor y la necesidad de recibir el perdón de nuestros
pecados.
Y ese perdón
misericordioso es lo verdaderamente importante, porque tus parálisis físicas
siguen ahí. Y si se curan pueden volver. Nuestra naturaleza humana está
sometida a las leyes humanas, y estas son limitadas, caducas y enfermas. Por lo
tanto, conviene aliviarlas, pero lo que conviene, valga la redundancia, es
salvar el alma para la vida eterna.
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