viernes, 2 de febrero de 2018

Pasamos muchos momentos de nuestra vida distraídos y no advertimos muchas cosas que se ponen delante de nuestros ojos. Muchas veces hemos oídos este pasaje y muchas veces, me pongo por ejemplo, pasamos de forma desapercibida. Por la Gracia de Dios, he descubierto el hermoso acontecimiento que se produce. Simeón nos revela, impulsado por el Espíritu Santo, al Hijo de Dios, el Mesías enviado.

Igual sucede en la anunciación y en la visita de María a su prima Isabel. La vida del Señor está llena de acontecimientos que le señalan como el Hijo de Dios, pero nosotros permanecemos ciegos. Y, ni siquiera, despertamos para pedirle que nos abra los ojos. Quizás pedimos con poca fe.

También la profetisa Ana lo anunciaba y proclamaba y hablaba a todos del Niño. José y María permanecían asombrados de todo esto que se decía del Niño. ¿Nos asombramos nosotros? ¿O permanecemos pasivos, instalados y cómodos en nuestra particular forma de ver y de vivir nuestra fe? No se trata de desesperar ni de hacer locuras, sino de pedirle e insistir que veamos con los ojos de la fe.

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