domingo, 11 de febrero de 2018

Posiblemente no nos demos cuenta de nuestra enfermedad. Quizás no una enfermedad física, pero si espiritual. Una enfermedad que ataca al alma y la amenaza gravemente. Y se presenta de muchas formas, casi sin advertirla, pero gravemente amenazadoras hasta el punto de arrancarnos el alma. El odio, la venganza, la desigualdad, la envidia, el rencor, y un largo etc., nos contaminan y nos matan.

Y nos impiden amar. La mayor lepra de nuestra vida es aquella que nos impide amar y ser amado. Levanta murallas en nuestro corazón que nos impide ver y nos ciega hasta el punto de destruirnos lentamente y trozo a trozo. Y la falta e incapacidad de amar nos entristece, nos amarga, nos deja vacíos y huecos. Necesitamos limpiar esa lepra que no nos deja amar.

Y sólo hay Uno que pueda hacerlo, nuestro Señor Jesús. Él si quiere puede limpiarnos. Así se lo suplicó aquel leproso y quedó limpio. También nosotros podemos suplicarle que nos limpie y el Señor lo hará, porque ha venido para eso, para limpiarnos de toda lepra y darnos la Vida Eterna. Se trata de creer en Él y pedírselo.

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