Cuando profano mi cuerpo o no
lo preparo y cuido como debo, estoy profanando el Templo del Espíritu Santo,
que mora en mí a partir de mi bautismo y que rechazo y expulso cada vez que
dejo entrar en él el pecado del desamor. Y entra sin darme cuenta cuando acojo
a la pereza y a las desgana y a las costumbres que van alejándome de la
verdadera actitud y devoción.
También cada uno de nosotros
somos templos de Dios y si no cuidamos el orgullo, la pereza, la ira, la
envidia, la avaricia y el egoísmo destruimos ese templo casi sin darnos cuenta.
Y de eso se encarga con mucho interés el diablo. Tenemos que estar muy atentos
y cuidar mucho este templo que vive en nosotros.
Tratemos de velar y de estar en permanente vigilia. Tratemos
de recogernos y de, en profundo silencio, abajarnos humildemente y agarrarnos
fuertemente al Señor apoyado en los sacramentos de Penitencia y Eucaristía. La
arrogancia y la soberbia creyéndonos buenos nos instalan y nos predisponen a
pensar que ya hemos llegado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu pensamiento es una búsqueda más, y puede ayudarnos a encontrarnos y a encontrar nuestro verdadero camino.