Jesús no pasa por convencer a
nadie. Cuando actúa lo hace por compasión y conmovido por el sufrimiento de las
personas. Sobre todo con los pobres y excluidos. Huye del espectáculo y de las
actos sensacionales que le piden los sabios y entendidos de su pueblo. No ha
venido a convencer a los suficientes y a los arrogantes.
Por eso, le recuerda el
auxilio a la viuda de Sarepta y a Naamán el sirio. Una viuda y otro leproso.
Enfermedades que excluían a las personas y las dejaba a merced de su destino y
pobreza. Se necesita un corazón humilde y sencillo para acoger la Palabra y la
acción de Dios. Se enfadan y no aceptan el reproche que Jesús les dice.
Quieren que Jesús actúe y que les convenza. Y eso no
entra en los planes de Dios, porque envía a su Hijo para que creamos en Él.
Basta su Palabra y también sus obras, que siempre son hechas a favor de
aquellos que creen en Él y se lo piden con humildad porque lo necesitan.
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