El hombre necesita limpiar su conciencia oscurecida y
manchada por el pecado. Ese pecado con el que tiene herida su alma. Consciente
de que no quiere pecar, pero termina pecando, el hombre experimenta sus
limitaciones y su pobreza. Necesita misericordia para poder limpiarse y
recuperar fuerzas para levantarse y regresar a la Casa del Padre.
Lejos de ella estamos a merced del mundo. Un mundo que se
nos presenta bajo el espejismo del gozo y la felicidad. Un mundo donde el poder
y la fuerza representa el éxito, la fama, el prestigio y la inmediata
felicidad, pero que pronto, como espejismo que es, desaparece dejándonos vacío,
desorientados y al borde del precipicio.
Sólo Tú, mi Señor,
tranquilizas mi conciencia y la llenas de paz. De una paz que, a pesar de los
contratiempos, sufrimientos y luchas, descansa en el gozo de saberse perdonada
y querida. Y la limpias de todo pecado para que, fortalecida y descansada en
esa paz, pueda recuperarse, levantarse y volver al camino de la verdad y de la
vida.
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