La muerte de nuestro Señor nos llena de esperanza y alegría,
porque esa certeza, certificada por aquellos soldados que fueron testigos, nos
descubre la veracidad de su Resurrección. Y certifica también el cumplimiento
de las escrituras y la lanzada en su costado: Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: ‘No se le
quebrará hueso alguno’. Y también otra Escritura dice: ‘Mirarán al que
traspasaron’.
Todo encaja en las apariciones ante sus discípulos, les
mostraba sus cicatrices y sus llagas. Y comía con ellos con el propósito de
espantar que le confundieran con un fantasma. Y lógico, se le aparece a los que
le esperan, aún con sus dudas y temores, pero esperanzados en comprobar y
entender lo que Jesús les había dicho.
También nosotros
vivimos en esa esperanza. Creemos en el Señor y, sustentados en el Espíritu
Santo, aguardamos el momento de estar en su presencia. Llegará nuestra hora y
será ese momento el día más glorioso y el final de nuestra esperanza, porque
entonces todo se hará real y no nos hará falta ni esperanza ni fe. ¡Alabado y
Glorificado sea el Señor!
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