domingo, 23 de septiembre de 2018

Nacemos herido por el pecado y, por el Bautismo somos limpio y aceptados como hijos de Dios. Eso nos da la posibilidad de vencer al pecado y al mundo en que vivimos y seguir el camino de Jesús hasta, después de la muerte, ser resucitado por la Misericordia de Dio y los méritos de su Hijo Jesús ganado con su voluntaria muerte de Cruz.

Pero, la batalla de cada día no se presenta fácil. Es dura y exige mucha voluntad y esfuerzo, pero, sobre todo, permanecer junto al Espíritu Santo, recibido en nuestro Bautismo, y en constante oración de cada día y frecuente, si no diaria, del alimento Eucarístico.

El mundo es una constante tentación. Nuestra naturaleza está herida y tocada por las seducciones que el mundo nos propone. Y el diablo sabe usarlas muy bien y, apoyado en la mentira y el engaño, encuentra siempre como seducirnos y engañarnos. Nuestra ambición sin límite se las pone en la mano.

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