La vida de Jesús, aparentemente pareció un fracaso. Se quedó
sólo y murió abandonado salvo la presencia de su madre y algunos amigos. Sus
discípulos desaparecieron y todo resultó de momento un fracaso. Sin embargo, la
obediencia voluntaria al Padre y su ofrecimiento y entrega por amor a los
hombres obró el milagro.
Un milagro producido por amor y por verdad, porque, por la
Gloria del Padre fue Resucitado y victorioso ante la muerte, poder y azote al
mismo tiempo de los hombres. Sólo con verdadero amor obra el milagro de
convertir el corazón endurecido y soberbio de los hombres y los llena de
humildad, de paz y gozo.
No
importa ya lo que se tenga que pasar o sufrir. Se vive con esperanza y con
ansias de alcanzar ese gozo en plenitud de amar eternamente, que ya se empieza
a experimentar desde el camino hacia la eternidad y plenitud. Sí, la Cruz es
signo de victoria y el seguidor de Jesús la abraza con la esperanza de, también
sufrida, viva la alegría de la Resurrección.
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