Nos cansamos y hasta damos lo
deseado por perdido. Para que seguir si ya no hay remedio. Esa persona ya está
hundida y difícilmente se levantará. Y aunque pensamos que siempre puede haber
una esperanza, lo damos por terminado o, dicho de otra forma, dejamos de
esperar.
La experiencia nos dice que
esa es la realidad. Vemos a muchos dependientes que, ayudados a liberarse de la
dependencia, vuelve al pozo y quizás con más fuerza. Experimentamos lo duro que
tendrá que ser eso para muchas personas que no logran liberarse.
Sin embargo, nuestro Padre Dios, Padre de todos los
hombres, espera y su paciencia es infinita. Eso nos debe animar a todos, a los
esclavizados y a los más liberados. Nos debe motivar a ayudarnos y a estar
siempre disponible para no ahuyentar sino para acoger y ayudar a levantarse.
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