El dolor despierta nuestra
fe. Mientras, antes, permanecemos impávidos hasta que el dolor no resiste más. Es
entonces cuando despertamos y acudimos desesperadamente a quien sabemos que nos
puede curar. No reparamos en la distancia y creemos en su Palabra.
Porque, Jesús le ha prometido
a aquel funcionario real que su hijo vive y, aunque está lejos de su casa, Él
puede hacerlo, pues la distancia no representa ningún problema para Jesús. Sólo
nos basta con la fe y ella se manifiesta en aquel funcionario que cree lo que
Jesús le dice.
Y regresa a su casa confiando
en que su hijo está vivo. Y así sucede, tal y como lo piensa y cree. Sus
siervos salen a su encuentro para manifestárselo y tras preguntar a qué hora se
había producido la mejoría, comprobó que coincidía con la hora en la que Jesús
se lo había dichos.
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