Por nuestra experiencia
observamos que todo lo de aquí abajo, a pesar de darnos momentos de placer y
satisfacción, son cosas pasajeras. Al final no nos llena plenamente y, menos,
eternamente. Pasan y son perecederas. Y lo que perece no vale.
Lo de arriba está por encima
de todo porque pertenece al cielo y es eterno. El Señor no es de este mundo y
su Reino permanece siempre. Es pleno y eterno. Por lo tanto, caminar con la
mirada puesta en este mundo es perder el tiempo, tesoro de nuestra vida y en el
que podemos ganar la eternidad.
Procede entonces levantar la
mirada y mirar hacia arriba, porque es de arriba de donde viene el Señor y Él
está por encima de todo. Nuestra vida, aquí abajo, tiene sus días contados y,
de agarrarnos a ella, sin esperanza. Nuestra esperanza está en Aquel que viene
de arriba y nuestra fe en Él nos da la Vida Eterna.
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