Aquel hombre no lo dudó,
buscó y encontró. Encontró un corazón compadecido y admirado por su fe y Jesús
se abre a esa actitud. Fue con él y resucitó a su hija. Es verdad que nosotros
también hemos pedido cosas al Señor, pero, ¿tenemos esa fe al pedírselas?
Lo mismo sucedió con aquella
mujer. El hecho de pensar que sólo, ante la imposibilidad de poder hablar con
Él, tocarle la orla de su manto bastaría para curarse hizo el milagro. En ese
mismo instante quedó curada.
La fe es un don de Dios y
necesitamos pedírsela para que podamos tenerla. Es verdad que creemos en Él,
pero con tanta debilidad que cualquier adversidad u obstáculo puede derrumbárnosla.
Pidamos que nos aumente la fe con firmeza y confianza.
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