El tiempo es oro, y lo es
porque de él dependerá la maduración de nuestra vida. Una vida sembrada por el
Señor de forma generosa para dar frutos. Frutos que deben de estar cultivados
con amor y sacrificios. Porque, para dar frutos hay que morir como lo hace la
semilla sembrada.
Una siembra que necesita ser
cuidada con el abono del amor y regada con el agua de la Gracia para que,
hundida en la buena tierra de tu corazón, pueda dar esos buenos frutos que no
se pierdan en las orillas del camino ni en las tierras poco profundas o llenas
de abrojos.
Por eso, necesitamos una
tierra profunda donde la raíz de nuestra semilla pueda hundirse y afianzarse
para, bien regada y abonada dé los frutos que todos esperamos. Unos frutos
llenos de amor, de entrega y de generosidad en la medida de los talentos
recibidos.
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