La autoridad nace de la
coherencia entre la palabra y el hecho. Es decir, de que lo que se dice tenga
luego cumplimiento. Esa fue la forma en la que enseñaba Jesús y por la que los
que le oían se admiraban de su autoridad. Jesús enseñaba desde la vida y desde
su propia experiencia vivida.
Ponía ejemplos sacados de la
vida diaria y del quehacer de la gente de aquella época. Y lo hacía con una
sencillez y maestría que todos lo comprendían. Y también curaba a todos lo que
se le acercaban suplicándole que les sanara y que les librara del dolor que
sufrían.
Sin embargo, hoy ocurre lo
mismo que ayer. Son muchos los que oyen hablar de Jesús en algún momento de su
vida, bien sea por alguna celebración sacramental, algún entierro, funeral,
boda y no hacemos caso. Incluso oímos curaciones, milagros, pero, cerramos
nuestros corazones y oídos y le damos la espalda.
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