La reflexión de esta noche
está servida. Lo primero es apartar nuestros miedos y confiar que con quien
hablamos es con Jesús. Nosotros, como Simón y los otros somos débiles y
pecadores. No merecemos ni que Jesús se fije y confíe en nosotros, por lo
tanto, si Él nos habla tratemos de escucharle.
Partimos de que la tarea no
es fácil, pero confiamos en que no es un cualquiera quien nos la propone. Se
trata del Hijo de Dios, el Mesías enviado que, así como llenó aquella red de
peces también llenará la nuestra si nos ponemos en sus Manos.
Por tanto, no tengamos miedo
y abramos nuestros corazones para dejar al Espíritu Santo que los transformes y
los llene de la fortaleza y sabiduría para, injertados en Él, llenar nuestras
redes por su Gracia, de abundantes peces para el Reino de Dios.
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