Una de las cosas que tenemos
que tener presente es que nuestros planes no son los de Dios. Y que de la misma
manera que nos gusta que nos perdonen de nuestras faltas, también nosotros
debemos perdonar. Esa imposibilidad que experimentamos nos debe servir para
darnos cuenta de nuestra condición humana y pecadora.
Mirarnos en el Señor es
reconocer su Misericordia Infinita., pues, no merecemos su perdón y, sin
embargo, somos perdonados. De la misma manera tendré yo que tratar de perdonar
a los que me ofenden y descubrir la necesidad de la asistencia y el auxilio del
Espíritu Santo.
Porque, sin Él nada puedo
hacer y quedaré sometido y a merced del mundo, demonio y carne, las tres
amenazas de este mundo en el que vivo. Por lo tanto, liberarme de ellos y, por
supuesto, del pecado es caminar por él injertado en el Señor y abierto a la
acción del Espíritu Santo, que me defiende y libera de caer en la tentación.
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