La comunidad parroquial tiene
una casa común, el templo o la iglesia donde se ven y se reúnen para celebrar
la Eucaristía, para rezar y para que, también cada uno tenga su espacio de
oración personal con el Señor. Es la casa común donde celebramos los tiempos
principales de la liturgia y las Eucaristía dominicales.
Pero, el templo es también la
Casa de Dios a la que tenemos que cuidar y sostenerla en buen estado para y por
el bien de todos. En ella debemos guardar silencio y respeto. No sólo porque
está el Señor presente y real bajo las especies de pan y vino, sino por respeto
a los demás.
Silencio para que cada cual
encuentre su espacio de oración íntima con el Señor y para que también todos
reunidos podamos con la debida atención y recogimiento celebrar nuestro culto
común. Por eso, Jesús echó un día a los que habían convertido su casa en casa
de comercio, de cambistas y de negocio. Mi casa es Casa de oración, dijo el Señor.
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