Jesús, el Señor, del que
hablamos ahora de su Madre, que creyó y se fío del anuncio del Ángel Gabriel.
María tuvo fe y creyó y todo en su vida sucedió en la esperanza de que esa fe
se realizara tal como Dios le había prometido y anunciado. Y así sucedió. En
estos días nos preparamos para celebrar ese nacimiento del Niño Dios.
Lo que nos acontece ahora es
preguntarnos por nuestra fe. ¿Tengo yo fe? Esa es la pregunta que me interpela.
Y en caso de que sea afirmativa la pregunta, ¿esa fe es viva y activa, o es una
fe pasiva e inerte? ¿Una fe que vive y crece y se descubre en el amor, o una fe
que se instala, se acomoda y vive de prácticas desencarnadas?
Eso es lo que nos debe de
preocupar, si nuestra fe es una fe como María e Isabel que acepta la Voluntad
de Dios y le da cumplimiento con su vida siguiendo el camino de su Palabra, o
es una fe que se acomoda y se sostiene de prácticas y ritos que no se encarna
en el amor a los demás.
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