A pesar de nuestras limitaciones somos proclives a
dejar escapar de nuestros labios juicios sobre la conducta de otros. Uno juicios
que siempre enfocaremos desde nuestra conveniencia y apreciaciones y que, lo
sabemos, carecemos de la información y conocimiento necesarios.
Sin, primero, tratar de limpiar nuestro horizonte de
visión nos ponemos a enjuiciar el horizonte del otro, que, más limpio que el
nuestro ve mejor lo que se divisa. Y nos atrevemos a dar nuestros juicios sin
ningún miramiento, cuando la realidad es que nuestros criterios son más oscuros
que el de los enjuiciados.
Y lo que debemos primero es ser honesto y mirar para
nuestro interior tratando de limpiar nuestras oscuridades antes de enjuiciar
las del otro. Porque, de lo que se trata es que nuestros juicios lleven el
sello del amor misericordioso que el mismo Jesús tiene con nosotros.
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