Y nuestra experiencia nos dice que en la medida que
vivimos unidos al Señor y teniéndolo por el centro de nuestras vidas, nuestro amor
es cada día mejor en relación con los demás, porque, precisamente, Él, nos
envía a amarnos los unos a los otros como Él nos ama.
Y, además, nos promete que ese amor que nos damos los
unos a los otros no cae en balde, porque, cada acto de amor, por sencillo que
sea, así un simple vaso de agua, tendrá recompensa en el Cielo. Por eso, no es
sólo una sugerencia sino una necesidad de tener a Dios como centro de nuestras
vidas.
Y, más todavía, esa vida eterna que todos llevamos
impresa en nuestros corazones, no la encontramos en las cosas de este mundo,
que son caducas, sino que la recibimos como recompensa por nuestro amor mutuo
con los demás de Manos de nuestro Padre Dios.
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