En algunos momentos pensamos que el poner a nuestro
Padre Dios en el primer lugar de nuestra vida y la primera opción de nuestro
corazón, posterga a la familia y a nuestros seres más próximos y queridos. Y es
todo lo contrario.
Amar a nuestro Padre Dios y ponerlo en el centro de
nuestros corazones nos ayuda a amarnos más entre todos nosotros. En la medida
que Dios, nuestro Padre, sea el centro de nuestra vida, trataremos a nuestras
familias y otros en general de una forma más misericordiosa y amorosa.
Porque, si así nos trata nuestro Padre Dios, así
quiere que también nosotros nos relacionemos y nos tratemos los unos con los
otros. De esa forma, nuestra relación con Dios nos compromete y nos ayuda a ser
mejores con nuestras esposas/os, con nuestros hijos/as, y con todas las demás
personas.
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