En el momento final de tu vida haces siempre un
examen. Es el momento de sopesar la bondad de tus obras y, tú mismo, sabes lo
que has hecho bien y no tan bien o mal. El resultado es que experimentas que si
no hay esfuerzo tus obras no son lo suficiente buenas.
Porque, toda obra buena lo es cuando su realización
exige esfuerzo, riesgo y buena intención. O dicho de otra forma, lo bueno exige
renuncia, y la renuncia requiere olvidarte de ti para darte al otro. La entrega
necesita despojo primero, para luego darte sin condiciones al otro.
En pocas palabras, los frutos exigen sembrar y estar,
en la medida que cultivas lo sembrado, dispuesto a morir para que esa semilla
sembrada dé el fruto esperado. Sólo así, tu vida tendrá el sentido bueno que
Dios, tu Padre, espera de ti. Amén.
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