Si nos detenemos y hacemos una serena reflexión, nos daremos cuenta, con claridad
meridiana, que cuando nuestras apetencias y pasiones coinciden con lo que
creemos que es amar, estamos confundiendo el amor con nuestros deseos e intereses.
Porque, amar es otra cosa. Amar es desear el bien del
otro, a pesar de que ese bien sea contrario a mis deseos, a mis gustos,
apetencias e intereses. Precisamente, cuando estamos más seguro que amamos y
somos fieles, es cuando ese amor nos cuesta sangre.
Por tanto, un amor así bien entendido nunca se
resquebraja ni se consume. Siempre se mantiene fiel y sostenido en la fortaleza
del Amor de Cristo, tal y como Él ama a su Iglesia. Así, también nosotros,
unidos en el amor conyugal por el Sacramento del matrimonio, somos reflejos del
Amor de Cristo con su Iglesia. Amén.
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