Descubrir que tenemos, no a alguien que nos conoce, sino a alguien más importante, a una Madre en el Cielo es algo extraordinario y hermoso. Tan grande que no nos
damos cuenta del gran privilegio del que gozamos. Porque, no hay nada más
grande que una madre, y, si se trata de la Madre del Cielo, la grandeza es
plena.
Una Madre que se preocupa por nosotros. Una Madre que presto
su seno para que, encarnado en él, se gestará su naturaleza humana y se hiciera
hombre el Hijo de Dios. Una Madre que creyó en el anuncio del Ángel Gabriel y
se entregó a la Voluntad de Dios.
Y una Madre que nos sirve de ejemplo, que nos da
testimonio y que intercede por nosotros desde el Cielo. Una Madre que nos
enseña a ser humildes, obedientes y a cumplir la Voluntad del Padre. Una Madre
que nos presenta a su Hijo en Caná y nos invita a hacer lo que Él nos diga.
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