No cabe ninguna duda que nuestra dependencia será siempre plena con respecto a nuestro Padre Dios. Somos sus criaturas, creadas por amor, y sin su amor misericordioso nuestra vida perdería todo su sentido quedando a la deriva y a la total perdición.
Nuestra ceguera es tal que, inmersos en las tinieblas, rechazamos la propuesta de gozo eterno que nos propone nuestro Padre Dios. Y corremos el peligro de quedarnos estancados en el desánimo y el inmovilismo del orgullo y la soberbia. La cuestión es que perdamos la confianza en ese Padre misericordioso que nos espera.
Po tanto, lo verdaderamente importante es levantarnos. Levantarnos confiados en que nuestro Padre Dios nos espera y, además, nos llama. Pero, levantarnos con la esperanza en ser bien recibidos y acogidos con esa Misericordia Infinita que nos salva y que caracteriza a nuestro Padre Dios.
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