En muchos momentos y circunstancias hablamos de igualdad, pero, ¿tratamos a los demás de la misma manera que deseo que me traten a mí? Esa es la cuestión y en la que donde debemos poner todo nuestro esfuerzo. Sobre todo, contando con la ayuda del Espíritu Santo.
Y la experiencia nos descubre que la tarea no es fácil. Al contrario, no solo es difícil sino imposible para nosotros solos. Necesitamos caminar y esforzarnos injertados en el Espíritu Santo, que para eso desciende sobre nosotros en el momento de nuestro bautizo.
Esa es la puerta estrecha de la que Jesús nos habla hoy en el Evangelio. La lucha contra nosotros mismos – soberbia – avaricia – egoísmos…etc – y también contra las tentaciones y seducciones que nos propone el mundo, demonio y carne, que nos tientan a entrar por la puerta ancha y espaciosa.
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