Ponemos todo nuestros esfuerzos en triunfar y alcanzar éxito en este mundo. Llenamos nuestro corazón de ambiciones, de deseos de poder, de éxito y de alcanzar fama. Pero, ¿de qué nos vale todo eso si son cosas temporales, caducas y efímeras? ¿Acaso, ahí puede estar la felicidad?
¿Cómo es posible que gastemos toda nuestra astucias en conseguir cosas llamadas a perecer y a perder todo su valor? ¿Es qué no vemos que lo verdaderamente importante es lo que Dios ha sembrado en nuestro corazón? ¿Acaso estamos tan ciegos que no nos damos cuenta?
Vaciemos nuestro corazón de todas esas inmundicias y llenémoslo del Amor de Dios. Un amor que nos dará el gozo y la felicidad que dura para siempre. Seamos, pues, fieles a los mandatos del Señor y pongamos todo nuestro empeño en servirle siguiendo su Voluntad.
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