Es
verdad, nos lo avala la experiencia que, ningún profeta es aceptado en su pueblo.
Frecuentemente, nos consideramos con más autoridad de aquel que conocemos y ha
vivido entre nosotros. No aceptamos que nos venga a darnos lecciones o ha ensenarnos.
Su
origen humilde nos descubre que nada puede aportarnos, y así lo consideramos y
creemos. ¿Quién es este que viene a darnos lecciones? Tenemos nuestra idea de
ese Dios que, ahora, Jesús nos anuncia y, por consiguiente, no aceptamos el que
Él nos anuncia.
Nuestra
suficiencia y mira de altura nos impide tener fe en el humilde, pobre y sin títulos
ni poder. Su fe está apoyada en el poder, la fuerza y la sabiduría y, por consiguiente,
el pequeño, el pobre y humilde es excluido.
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