Si
nos consideramos pecadores – y lo somos – tenemos que estar siempre en la
actitud de mejorar; de corregir nuestros fallos; de equilibrar nuestras
debilidades y de dominar nuestras pasiones. Por tanto, instalarnos en la
tranquilidad no parece lo más adecuado.
Por
eso, tal como dice el Evangelio de hoy sábado, el publicano salió justificado,
mientras el fariseo no. La razón, el fariseo apegado a sus riquezas –
suficiencia, cumplimiento – mientras el publicano suplicaba perdón.
¿Cuál es nuestra actitud? ¿Nos basta nuestro cumplimiento o somos conscientes de nuestras debilidades y de nuestras pasiones? Por tanto, necesitamos suplicar misericordia por todos nuestros fallos y pecados. Al humillarnos, por la Misericordia de Dios, somos ensalzados.
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