Nos
quedaríamos a merced del poder del demonio, del mundo y de la carne sin el
alimento espiritual de la Eucaristía. Porque, es el mismo Señor Jesús
Resucitado quien nos fortalece y protege de esas terribles tentaciones. Y, Él,
las ha vencido.
Hoy
invocamos de nuevo la presencia del Espíritu Santo. Y nunca nos cansaremos de
hacerlo. Es el mismo Espíritu de Dios que acompaño a Jesús en ese desierto
donde fue tentado y donde resistió al pecado. También nos acompaña a nosotros,
y resistiremos. Amén.
Sin
el alimento espiritual de la Eucaristía nos será imposible sostenernos en el
Amor de Dios. Él es nuestra fuerza, nuestro sostén y nuestro camino. Sólo en Él
podremos resistirnos a las tentaciones y peligros de nuestra alma: mundo,
demonio y carne.
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