Cuando
nos atrevemos a juzgar cometemos un grave error. Primero, porque nosotros no
somos nadie con capacidad para juzgar, y menos, para enjuiciar la vida de otros
cuando la nuestra posiblemente sea igual o peor. Dejemos el juicio a Dios.
Enséñame,
Señor, a ser misericordioso con los demás y a ver, tras sus apariencias, la
bondad de sus corazones para poder comprenderlos como Tú Padre nos comprende a
nosotros. Danos la capacidad de ser pacientes y misericordiosos. Amén.
La
tendencia es a ver siempre la mota en el ojo ajeno y no darnos cuenta de la
viga en el nuestro. Y, claro es, mientras no quitemos la viga de nuestro ojo,
¿cómo podemos ver la mota en el ojo ajeno? Tratemos, pues, de limpiar primero
nuestra viga.
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