No hay otro camino
que el de la fe. Una fe que exige primero ser humilde, pobre espiritualmente y
disponible. Disponibilidad que exigirá libertad y despojo de todo aquello que
te esclaviza y somete tu voluntad. En esa actitud tu corazón está abierto al
don de la fe.
No podemos bajar
la guardia. Los ángeles malos están al acecho y, al menor descuido, tratan de
seducirnos y hacernos dudar. ¡Señor, no permitas que nuestra fe se debilite y
se aleje de Ti! ¡Fortalécenos y sostennos firmes en tu fe. Amén.
Una fe firme y garantizada en una respuesta en la verdad, la justicia y el amor no se encuentra en este mundo. Aquí abajo falla todo, incluso en aquellos que más confiamos. Somos todos débiles y pecadores. Solo nos salva quien es inmaculado y está por encima de todo, nuestro Padre Dios. Es en Él donde debemos poner nuestra fe.
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