No se trata,
aunque es necesario, hablar y decir, sino mejor hacer y obrar. No son tus
palabras las que definitivamente contagian la fe, sino tus obras. Por tanto, adherida
a tu palabra tienen que venir tus obras en clara y transparente coherencia.
Solo importa amar y amar.
Sin Ti, Señor, mi
vida queda sometida por la oscuridad. La Luz que puede guiarme solo viene de
Ti, Señor. Te pido sabiduría, paz y fortaleza para saber elegir el único y
verdadero camino que me lleva a encontrarme contigo. Fortaléceme, Señor.
La respuesta a tu
fe se esconde en tus obras. Lo que piensas y luego dices tiene que estar
apoyado en tu estilo de vida. Eso es lo que nos transmitió Jesús, su vida
fundamentada y apoyada en sus obras. De modo que si no creían en Él por su
Palabra, lo hiciesen por sus obras. Y en ese sentido nos reconocemos pecadores,
muy pecadores, porque experimentamos que nuestra vida no está a la altura.
Necesitamos la misericordia del Señor.
Una madre es siempre algo muy especial. Es la ternura y el cariño que busca y desea siempre un hijo. Es el regazo donde, el hijo, encuentra el desahogo y la comprensión. La referencia a imitar es esa Madre del Cielo que todos tenemos y a la que nos encomendamos para que interceda por todas nuestras madres.
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