Nuestra vida se
compone de ir limpiando las malas hierbas de cada día y cultivando las buenas.
De modo que en nuestro jardín particular – corazón – haya cada ves más abundancia
de hierbas buenas que malas. Y eso solo lo podemos hacer con la ayuda del
Espíritu Santo.
Dame la sabiduría,
Espíritu Santo, de darme cuenta de que cada día es un regalo de inmenso valor.
Un regalo para ganarme, por tu Misericordia Infinita, la Vida Eterna en
plenitud. Ayúdame a vivirlo con disponibilidad y amor misericordioso. Amén.
Alguien se ha encargado de plantar en nuestros corazones el pecado – mala hierba – y éste ha crecido junto a la buena hierba que el Sembrador – nuestro Padre Dios – ha sembrado en nuestro corazón. Solos, estaremos en manos del Maligno – sembrador del pecado – pero de la mano de nuestro Señor – sembrador de la buena semilla – llegaremos a erradicar esas malas hierbas que al final serán arrancadas y echadas al fuego.
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