Posiblemente nos
asustamos y, quizás, nos alejamos del Señor o adulteramos nuestro seguimiento,
porque experimentamos que lo que nos propone es muy duro para nosotros. ¿No
crees que si Jesús te lo dice es porque se puede cumplir? Cree en Él y verás.
Si miras para el
mundo percibirás mucho ruido que te impedirá detenerte y hacer silencio en tu
corazón. Perderás tu norte, camino y tu propia identidad de que eres hijo de
Dios. Un Dios que te ama y en el que, si lo escuchas, encontrarás sentido a tu
vida, paz y felicidad eterna.
Es evidente que
nos falta fe. Reconocemos nuestra impotencia para amar como nos propone Jesús y
como nos ama Él. Sabemos de nuestras debilidades y de nuestra forma de ver y
razonar. Pero, ¿y el Espíritu Santo? ¿Para qué bajó a nosotros en nuestro
bautismo? ¿No pensamos que con Él podemos transformar nuestro corazón y amar al
estilo que nos propone Jesús? ¿Acaso Jesús no nos lo dice sabiendo eso? ¿Cuál
es la medida de nuestra fe?
Hay momentos que
pensamos que no tenemos el don de la palabra o que no sabemos que decir para
hablarle al amigo, al vecino o a la misma familia de Jesús. Y nos desanimamos y
resignamos a permanecer callados.
¿Acaso no nos
damos cuenta de que también hablamos con nuestro cuerpo, con nuestros gestos y
con nuestra manera de actuar, compartir y comportarnos? Nuestra manera de
actuar en cada uno de nuestros actos en relación con los demás y con nosotros
mismos está proclamando y reflejando la presencia del Señor.
No hemos sido creados semejante a Él? Pues cada vez que nos esforzamos en parecernos a Él con nuestra particular manera de comportarnos y relacionarnos con los demás, hablamos de su presencia y de su Buena Noticia.
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