María, la Madre de
Dios, es el ejemplo humano que buscamos en este mundo por el que andamos. Ella
creyó firmemente en el Señor y su vida fue llena de Gracia. Ella vivió en esa
esperanza sabiendo que su lugar estaba al lado de su Hijo. ¡María, Madre, ruega
por nosotros!
Eso espero y te
pido cada día, Señor. Toca mi corazón e invade mi vida de tu Gracia para que
sea fiel reflejo tuyo en cada uno de mis actos de cada día. Dame la fortaleza,
paz y sabiduría para manifestar con y en mi vida tu Misericordia Infinita.
Amén.
El camino, aunque
duro y a veces incomprendido, será llevadero si lo recorremos apoyados en el
Señor y recordando que nuestros nombres están inscritos en el Cielo. Pase lo
que pase nuestra vida está salvada y elegida para que sea eterna y plena de
gozo y felicidad. Dios, nuestro Padre, nos la ha dejado en nuestras manos
(recordamos la parábola del hijo pródigo – Lc 15, 11-32 -).
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