Desde que tienes
uso de razón tienes la oportunidad de pensar, de observar y decidir cuál es tu
camino, dónde vas y a dónde quieres ir. Coincidirás conmigo que piensas y quieres
ser feliz, pues bien, hay un camino claro que te lleva a la felicidad eterna.
¿Búscalo!
Señor, no permitas
que mi corazón sea cuna de tu pesebre de manera rutinaria. No permitas que tu
nacimiento sea un fecha, una fiesta y, por importante que sea, la célebre como
algo especial, pero rutinario dentro del calendario. Haz, Señor, que sea un nacimiento
vivo y renovado cada día.
Observa todo
aquello que te rodea y piensa. Piensa de dónde vienes; piensa a dónde vas;
piensa que buscas y piensas para que estás en este mundo. Porque, el pensar te
ayuda y te lleva a descubrir tu destino y tu propia identidad. Descubrir quién
eres te permitirá saber a dónde vas o a lo que estás llamado. Pero, mira, eso
no te será posible por y con tus propias fuerzas. Necesitarás asistencia. Solo
el Espíritu Santo podrá abrirte y enseñarte ese camino de salvación eterna.
Es evidente que
estamos llamados a la eternidad. Al menos eso es lo que todos experimentamos,
deseos inmensos de ser feliz eternamente. Luego, solo Jesús nos ofrece y nos
dice que su Palabra tendrá cumplimiento y nunca pasará. Es decir, es Eterna. Él
es nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida.
Quizá para
encontrarte contigo mismo necesitas el silencio de la noche donde no puedes
hablar con nadie y entablas un diálogo contigo mismo. Aunque no lo creas ni le
veas, allí está Dios contigo. Simplemente tienes que prestar algo de atención y
escucharle.
En el silencio de la noche descubres que careta has llevado puesta durante el día. O, al menos, cuál de las que has presentado te gustaría ser. Es el momento de reflexionar y buscar siempre presentar la careta que te define como eres, sin tapujos ni apariencias.
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Tu pensamiento es una búsqueda más, y puede ayudarnos a encontrarnos y a encontrar nuestro verdadero camino.