Estamos muy
necesitados de paz en un mundo en constante enfrentamiento y guerras. La
amenaza de un conflicto mundial está siempre en el candelero de nuestras
noticias. Jesús, el Señor, nos trae la paz y nos la ofrece, no como el mundo,
sino nacida desde el amor y misericordia.
Señor, muchas
veces, casi sin darme cuenta, me alejo de mi destino, tu Voluntad, y pongo la
mía en primer plano. Y vuelvo a mis andadas, a confiar en mí, a vanagloriarme y
a importarme más mis apariencias que mi verdad. Tómame, Señor y ponme en mi
sitio, junto a ti.
La paz de la que
nos habla y ofrece el mundo está sustentada en el poder y riqueza. Son cosas
temporales que igual que aparecen se acaban y con ella también desaparecen esa
ficticia felicidad que sentías. Lo que no es eterno está destinado a
desaparecer. Y una felicidad caduca no es tal felicidad sino instantes de
felicidad que de la misma manera que aparecen, desaparecen. La única paz que
permanece y es eterna, por tanto, nos hace felices es la paz que da y viene de
Cristo Jesús.
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