Es evidente que la
fe es un don de Dios. Un don que Dios da a aquellos que escuchan su voz, que
confían en Él y, en consecuencia, le siguen. En mi caso me siento un
privilegiado, creo en Él, y me esfuerzo en seguirle tratando de cumplir su
Palabra.
Cada día es un
nuevo reto. Si lo entendemos y tomamos así tendremos la oportunidad de ponerlo
en manos del Señor. Porque, solo en y por Él podemos llenarlo de amor y
misericordia y contagiar nuestra fe. Amén.
Considero un gran privilegio pertenecer a ese rebaño del que el Señor habla en su Evangelio de hoy. Un rebaño muy singular en el que cada uno tiene su nombre propio, es conocido por su Pastor y mantiene trato directo con Él. Un privilegio de ser personalmente querido, conocido y amado de forma única, personal e individual. Un Amor Misericordioso que nos identifica como hijos de Dios.
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