María, no solo es
nuestra Madre sino que es la Madre de la Iglesia. Ella es la puerta por donde
viene la salvación, por elección y Voluntad del Padre, a este mundo. Una
salvación que se materializa en la encarnación del Hijo de Dios en naturaleza
humana sin perder la Divina.
Si nos apoyamos en
las cosas de este mundo para satisfacer nuestras pasiones y deseos podemos
alcanzar éxito, fama, riqueza y poder. Pero nada de eso nos hará feliz y dichoso.
Nuestra eternidad puede quedar atormentada por el pecado. Solo en el Espíritu
Santo podemos llenar nuestra vida de amor, paz y felicidad eterna.
Y una Madre que es la primera discípula de su Hijo y la Madre de la Iglesia presente en la primera comunidad eclesial. Una comunidad que comienza con la venida del Espíritu Santo – Pentecostés – y en donde María juega un papel principal de Madre que aglutina, reúne y anima con su fe firme y confiada en dar a conocer el anuncio de su Hijo: La Misericordia Infinita de su Padre y el amor a todos los hombres.
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