No ocultamos que
la reconciliación se hace dura y difícil. Y más todavía si nos enfrentamos a
ella desde nuestras simples fuerzas. Diría que nos sería imposible. Pero,
auxiliados por el Espíritu Santo, la situación es diferente.
La vida es un
regalo para toda la eternidad. Dios no nos ha creado para que luego
desaparezcamos. Permaneceremos siempre, más la cuestión es si estaremos a su
lado o no. Dependerá de cómo utilizaremos el regalo de la libertad, que también
se nos ha regalado.
Nuestra naturaleza
es débil y está herida por el pecado. Necesitamos agarrarnos a la Gracia de
nuestro Padre Dios para, injertados en Él, llenarnos de su misericordia y
perdón y, como Él nos perdona, también nosotros, auxiliados por el Espíritu
Santo, llegar a perdonarnos también. Precisamente, la Cruz es el signo donde
experimentamos esa Misericordia Infinita que Dios nos regala y con la cual
podemos, también nosotros, ser misericordiosos y perdonarnos.
Sin el Espíritu
Santo no podremos encontrarnos con el Señor. El mundo, demonio y carne nos
pueden y nos ciegan para que no veamos. Tendremos que pedir la luz, como el
ciego Bartimeo, para ver. Y esa Luz nos viene del Espíritu Santo, que, desde el
momento de nuestro bautizo, nos alumbra, nos asiste y nos fortalece. De eso nos
habla el Papa en su audiencia de hoy.
Somos palabra del Espíritu Santo, me atrevo a decir, cuando anunciamos y proclamamos la Buena Noticia, Él ha venido a nosotros en el instante de nuestra concepción bautismal y, desde ese momento, inspira, asiste y nos da su Palabra cuando le abrimos nuestros corazones y nos ponemos en sus manos. ¡Ven Espíritu Santo, llena nuestros corazones y enciende en nosotros la llama de tu Amor! Leemos al Santo Padre en su audiencia de hoy.
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