¿Acaso no sientes
dentro de ti el deseo de vivir en la Voluntad del Padre Bueno? Un Padre que
habla de verdad, justicia y misericordia. Un Padre que nos hace iguales y da a
cada uno en su justa medida. ¿No es precisamente eso lo que cada cual busca y
quiere?
Hay muchos
momentos en los que la vida me sobrepasa, todo se me oscurece y hasta llego a
desesperar o abatirme. Sin embargo, Señor, tu presencia me levanta, me
conforta, me llena de esperanza porque sé que me quieres, que has dado la Vida
de tu Hijo para salvar la mía, y porque tu Misericordia es Infinita. Entonces,
me levanto y empiezo de nuevo el camino.
¿Y no son esos verdaderos ojos con los que estamos experimentando y viendo la presencia de Dios a cada instante en nuestras vidas? Luego, ¿Por qué cerramos los ojos del corazón? ¿Acaso ellos no nos ayudan y posibilitan que veamos la presencia de Dios cada día en nuestras vidas? Abramos los ojos de nuestros corazones y digamos como Tomás, ¡Señor mío y Dios mío!
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