Nunca entenderemos
desde nuestro propio discernimiento y posibilidades intelectuales la Infinita
Misericordia de Dios. Una Misericordia gratuita y sin ningún merecimiento por
nuestra parte. ¿Cómo es posible que, sin merecerlo, recibamos lo que más
deseamos - la felicidad - de manera gratuita y sin condiciones.
Sé, Señor, que mis
limitaciones me llevan a pedirte cosas que acomoden mi vida y que la hagan más
fácil. Y no advierto que la raíz de mis pecados está en mi corazón endurecido y
egoísta. Es precisamente eso lo que debo pedirte, que limpies mi corazón de
todo pecado, lo demás vendrá por añadidura.
E incluso, a pesar de que le demos la espalda, pidamos pruebas y la rechacemos, la Misericordia de nuestro Padre Dios siempre está a la espera, vigente y abierta. Precisamente, la parábola del Padre amoroso o hijo pródigo nos lo deja meridianamente claro. Dios, diríamos que se humilla, lo hizo en la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, hasta entregar su Vida condenado a morir en la Cruz. ¿Se puede dar más?
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