No es nada fácil
llegar a esa conclusión a la que llegó el centurión. Y no es nada fácil porque
a ella no se llega por la razón. Simplemente a través de la fe. Evidentemente,
Jesús ha dado pruebas de su Poder y de su Amor, y el centurión cree. Así de
sencillo.
Madre, tú que has
soportado el dolor de ver a tu Hijo crucificado; tú que has padecido los Siete
Dolores hasta llevar al sepulcro a tu Hijo, enséñanos a soportar nuestros
propios dolores y a cargarlos, por y con la Gracia de Dios, sobre nuestros
hombros, hasta compartirlos con tu Hijo.
No hay otra alternativa. Creer o no creer. Indudablemente, la fe es un don de Dios, pero, porque Dios así lo ha querido, también nosotros tenemos una participación, y es la de nuestra libertad, por la Gracia de Dios. Podemos mirar como aquel centurión y decirnos: sólo Jesús, el Hijo de Dios, puede salvarnos de la muerte del pecado. O, simplemente lo contrario, no creerlo. En mi caso, creo, y sé que mi vida está en las manos del Señor, mi Padre Dios. Y, también, como aquel centurión, pienso que no lo merezco ni soy digno de salvación. Todo es Gracia gratuita del Señor. Su Amor y Misericordia es Infinita, y no la podemos entender.
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