Jesús nos lo dejó
muy claro en la oración del Padrenuestro. Nos señaló el Camino, la Verdad y la
Vida. Nos dijo que tenemos un Padre con quien intimar y pedirle lo que necesitamos
para ser felices. Pero, también que hagamos su Voluntad, no la nuestra.
Hay muchos
momentos, Señor, que experimento desasosiego, desgana, confusión e
inconformismo. Oigo que Tú pasas por mi vida, estás a la espera de mi llamada,
de mis súplicas y gritos. Y, como Bartimeo quiero saltar, no quiero quedarme a
la orilla del camino. Busco un encuentro contigo para que abras mis ojos y
experimentar tu presencia en mi vida.
Porque, nuestra
naturaleza – herida por el pecado – está sujeta al error, a la tentación de
buscar esa felicidad inmediata, cómoda y placentera, que nos seduce, pero
también nos engaña. Igual que aparece, se va y quedamos de nuevo vacíos y
decepcionados. Sólo Dios, nuestro Padre, sabe lo que nos conviene y cómo
debemos proceder. Hagamos su Voluntad.
No es cuestión de un método, ni de unas prácticas. Se trata de una vida en relación con tu Creador, Padre de Misericordia, que te da la vida y te ofrece el gozo de vivir en plenitud a su lado eternamente. Esa relación continúa y diaria es lo que llamamos oración.
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