No es cuestión de
decir que soy cristiano, ni que tengo fe, sino de, aparte de vivirla dando
testimonio con tu bien obrar, confesarla a riesgo de tu propia vida si es
necesario. Porque, quien cree en Jesús, el Hijo de Dios, no pierde la vida
sino, todo lo contrario, la gana.
Sé, Señor, que me
has dado libertad para caminar por mi cuenta y para orientar mi vida según mis
apetencias e intereses. Pero, también sé que si actúo por mi cuenta
prescindiendo de Ti, en mi camino habrá más oscuridad que luz, e
irremisiblemente me perderé en la tiniebla. Ilumina, te lo pido Señor, mi vida.
Es posible que nos cueste entender eso, pero el amor y, en consecuencia, la fe se prueban en la adversidad y el peligro. Todos sabemos que cuando el amor es verdadero es en la adversidad, en el riesgo y peligro. El que da su vida por amor a los demás siguiendo la exigencia de su fe en el Señor, no la pierde sino que la gana eternamente para una vida plena de gozo y felicidad en la presencia del Señor.
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